El antropólogo inocente, por Nigel Barley

Antropología en clave de humor.

Nigel Barley nació en 1947 en Inglaterra. Estudió Lenguas Modernas en la Universidad de Cambridge y completó su doctorado en Antropología Social en la Universidad de Oxford.

Un poco acomplejado con respecto a sus otros colegas antropólogos por no tener experiencia de campo decide partir e ir a estudiar el pequeño pueblo Dowayo de Camerún.

Una vez obtiene financiación para sus estudios parte para Camerún dónde tiene que enfrentarse con una burocracia enervante y agotadora. Al llegar por fin a la zona que estudiará, se instala en una choza de barro. Como primer paso para avanzar con sus estudios decide aprender el idioma dowayo, idioma bastante complicado debido al cambio de significado de las palabras según el tono en el que se pronuncie.

Según alegremente nos cuenta Nigel, los habitantes Dowayos se exasperan y piensan de él que es tonto porque en dos semanas no ha aprendido su lenguaje.

Nigel BarleyNigel Barley, autor de El Antropólogo Inocente

Pronto descubrió que toda la teoría que sabia sobre el estudio de campo no valía mucho estando en el propio campo. En un momento del libro afirma que pasa solo un 1% del tiempo haciendo antropología y el 99% restante ocupado en logística, enfermedades, relacionarse con la gente, trasladarse y esperar. Reconoce en el libro sin vergüenzas que por mucho que se esfuerza en hacer preguntas y tratar de entender a los dowayos, muchos de sus descubrimientos son fruto de la casualidad.

Durante su estancia se enfrenta a enfermedades, aislamiento, frustraciones, animales, incomprensión, accidentes de coche, burocracia y funcionarios del país, sospechas de la policía que no acaban de entender que es lo que hace allí y mucho más. Nos narra como conseguir las cosas más sencillas se convierte en odisea y como finalmente hasta él se adapta a todas estas dificultades y al volver a la capital que a su llegada a Camerún le había parecido sucia, ruidosa y fea, le parece después de un año con los dowayos como una maravilla del lujo y de las comodidades. Todo contado desde el mejor humor inglés. 

A su vuelta del país Dowayo comienza a trabajar en el Museo Británico, cuyo departamento de publicaciones decide publicar este texto con su experiencia con los dowayos como curiosidad. La excitación que causó entre sus lectores hizo que se publicara en 1983 como libro en edición de bolsillo con el título «El Antropólogo Inocente».

El antropólogo inocente
El antropólogo inocente
Una plaga de orugas
Una plaga de orugas, segunda parte de El antropólogo inocente

 

Un libro que aunque enmarcado en la antropología y estudio de campo no deja de ser ciertamente divertido. A mi personalmente me hizo incluso reír a carcajada limpia mientras esperaba a ser atendida por mi dentista. Sin duda te hará olvidar lo malo de tu día.

Después de haberme leído este libro estoy deseando leerme la segunda parte: “Una plaga de orugas: el antropólogo inocente regresa a la aldea africana”

Te dejo a continuación con algún fragmento corto de los muchos que me arrancaron como mínimo una sonrisa. El libro está lleno de ellos.

“En el país Dowayo el computo del tiempo es una pesadilla para cualquiera que pretenda establecer un plan que abarque más allá de diez minutos en el futuro. El tiempo se mide en años, meses y días. Los más ancianos solo tienen una vaga noción de lo que es una semana;”

“Mis acompañantes se acomodaron amablemente a mi paso, perplejos por el hecho de que un blanco pudiera andar. Todos tenían exagerados prejuicios sobre nuestra inutilidad y nuestra vulnerabilidad ante la enfermedad y la incomodidad, que se explicaban por el hecho de que teníamos la <piel delicada>. “

“Agustín me llevo a comer a su restaurante africano preferido, donde podías elegir entre lo tomas o lo dejas. Yo primero lo cogí y luego lo dejé. Me trajeron un pie de vaca en un gran cuenco esmaltado lleno de agua caliente. Al decir “pie de vaca” no me refiero a algo cuya base es el pie de vaca sino el artículo completo, con pezuña, pellejo y pelo. Por mucho que intentaba, no veía siquiera el modo de empezar y me lo quité de encima aduciendo una repentina pérdida de apetito.”

“Mantenía un enfrentamiento constante con un macho cabrío que sentía predilección por meterse en mi casa a las dos de la madrugada para saltar entre mis ollas. Echarlo proporcionaba solo una hora de respiro, pues al cabo de este tiempo volvía y ofrecía la repetición de la jugada golpeando mi bombona de gas con las patas traseras”

“El miedo me había atrofiado el léxico y no lograba encontrar la palabra ‘escorpión’. “¡Ahí dentro hay bestias calientes!”grité con voz del Antiguo Testamento. El niño echo una mirada al interior y mostrando un profundo desdén aplastó los escorpiones con el pie. …A los dowayos les extrañaba que las serpientes y los escorpiones me dieran tanto miedo y que en cambio evitara atropellar a las más horripilantes de las aves, el búho.”

“No puede resistir la tentación de enseñarles el hielo, que sólo los que tenían más mundo habían visto alguna vez. Se quedaron aterrorizados. Jamás habían experimentado tan extrema diferencia de temperatura e insidian en que el hielo estaba “caliente”; si lo tocaban se quemarían. No logré convencerlos del todo de que no era sino agua bajo otra forma. Cuando veían cómo se derretía al sol decían: “La materia fría ha desaparecido, sólo queda el agua de dentro”.

«Frente a la imposibilidad de comer productos de la tierra, decidí criar mis propias gallinas. Tampoco este intento tuvo éxito. Algunas las compré y otras me las dieron. Las gallinas dowayas son en general unos animalitos endebles; comérselos es como comerse una reproducción en plástico de un Tiger Moth. No obstante, respondieron a mi tratamiento. Las alimenté con arroz y gachas de avena, cosa que los dowayos, que no les daban nunca de comer, consideraron una enorme extravagancia. Un día empezaron a poner. Yo ya fantaseaba con poder tomar un huevo diario. Mientras estaba sentado en mi choza regocijándome por el festín que me iba a dar, apareció mi ayudante en la puerta con una expresión de orgullo en el rostro:Patrón–exclamó–, acabo de darme cuenta de que las gallinas estaban poniendo huevos, así que las he matado antes de que perdieran toda la fuerza.»

 

El antropólogo inocente
El antropólogo inocente
Una plaga de orugas
Una plaga de orugas, segunda parte de El antropólogo inocente

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Febrero 2018

 

 

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