VENDIMIA DEL 2018, VINO PARA EL 2019
O historia de como la vida te regala momentos únicos
Agustín se acercó a mi y me preguntó con su acento argentino, “¿querés que vayamos donde esta Cristo a hacer vino mañana?” No tenía planes, estaba sentada en la sala común del hostel en el que había pasado la mayor parte de mis dos últimos meses en Georgia, primero como voluntaria, como cliente después.
No había nada que pensar. Un “sí claro” salió por mi boca antes siquiera que mi cerebro razonara nada más.
A Agustín lo conocí ahí, en ese mismo hostel, hacía 3 semanas, cuando yo ya era cliente y el iba a empezar de voluntario. Él había viajado los últimos 3 meses por toda Asia central con su amigo Emmanuelle. Emmanuele volvería a casa unos días después, pero Agustín se quedaría aquí y cada vez que yo volviera de mis excursiones por Georgia él me esperaría con su sonrisa en Tiflis.
Cristo era un viajero francés que se había alojado en el hostel días atrás, estaba muy interesado en saber como se producía el famoso vino de Georgia que se fermenta en ánforas de barro en vez de en barrica de roble y unos días atrás nos había informado con una sonrisa de oreja a oreja que dejaba el hostel y se iba a hacer vino. Los tres habíamos coincidido hacía unos días por una noche en Tiflis.
El sitio que Cristo había encontrado para hacer vino estaba en Artana. Era un pequeño pueblo del distrito de Telaví, con algo menos de 1000 habitantes que estaba a dos horas y media de Tiflis. En google maps no aparecían carreteras que llevaran hasta allí, la bodega Artanuli.
Decidimos ir haciendo autostop porque para cuando Agustín acabara su turno en el hostel iba a ser demasiado tarde para coger una marchutka (minibus). He de confesar que racionalmente me parecía difícil que pudiéramos llegar hasta allí haciendo autostop de noche, pero por alguna razón estaba convencida de que llegaríamos sin problema.
Y así empezó un fin de semana que se convertiría en inolvidable.

Llegamos a la bodega a las 11,30 de la noche, donde Ketevan y su familia nos recibieron con los brazos abiertos y una gran sonrisa. Llegamos sin más problema después de que varios coches nos pararan en medio de la noche. El último tramo de unos 20km que se adentraba por carreteras menos transitadas y caminos lo hicimos en taxi. Fue una buena decisión, eran las 11 de la noche y no nos cruzamos con ni un alma.
Dentro de la propiedad, cubierto por un tejadillo pero al exterior, en una mesa alargada un grupo de viajeros de diferentes procedencias nos miraban y se presentaban. Nos sentamos, comimos algo y bebimos chacha, mucha chacha. La gente se fue levantando poco a poco y bien entrada la noche nosotros dejamos la mesa también para ir a dormir.
A la mañana siguiente a las 6 de la mañana todo el mundo empezó a levantarse. Café, khachapuri y huevos fue nuestro desayuno antes de ir a vendimiar.

Llegamos a los campos sobre las 7 de la mañana. Hacía una temperatura perfecta, no demasiado fresca, no demasiado cálida. A un lado montes, al otro el valle con la ciudad de Telavi visible a lo lejos entre la bruma que lo envolvía todo. El sol empezaba a salir y su luz tenue iluminaba sutilmente los viñedos, como si quisiera acariciarlos.
Estábamos allí gente de Francia, Argentina, Suecia, Estados Unidos, Azerbaiyan, Holanda. Todos interesados en el proceso del vino. Unos cuantos locales se encargaron de organizarnos y ponernos a trabajar junto a ellos.

Nos dieron cuchillos o tijeras a cada uno y nos explicaron que cuando hubiéramos llenado el cubo de uva dijéramos bien alto “aixo” y alguien vendría a cambiarlo.

Al ritmo de los aixos el sol fue subiendo. Las lineas de viñedos estaban colocadas perpendicularmente al sol que iluminaba de una forma mágica los racimos de uva rkatsiteli y mtsvane que nos afanábamos en recoger.

Durante toda la mañana hubo risas, clases de georgiano y descansos de por medio. Paramos sobre las 2 de la tarde, volvimos a la bodega y comimos. Sopa ucraniana, más khachapuri acompañado de vino y chacha fue nuestro menú. Para refrescarnos agua del pozo que había en medio de la propiedad, dónde a la antigua usanza con un cubo y una cuerda subías agua para poder beberla.
A la tarde llegaba la segunda parte del proceso, pisar las uvas… Descargamos un par de remolques de uvas que habíamos vendimiado por la mañana y empezamos a llenar el satsnakheli, la que sería la primera de las tres veces que lo haríamos esa tarde y noche.

El satsnakheli es una “bañera” de madera fabricada de una sola pieza de madera que es dónde se pisa la uva.
Hacía calor y las abejas se habían arremolinado junto a la uva y si ponías el oído cerca del satsnakheli podías oír como zumbaban dentro, aprisionadas por los racimos. Decidimos que era mejor empezar a pisar con botas, para evitar dolorosos picotazos en en los pies.
Una cumbia empezó a sonar. Ketevan y yo subimos al satsnakheli. Era imposible no moverse al ritmo de la música, como si de bailar sobre las uvas se tratase. Bailamos y bailamos y el jugo que íbamos arrancando escurría sonoramente a un cubo que había bajo la pequeña apertura del satsnakheli.

Las estrellas, las aguas
Y un himno de fiesta
Las palmeras cantaban…
Cuando poco a poco el líquido empezó a caer más suavemente llegó el momento de parar y con cubos sacar la chacha del satsnakheli. Chacha no es solo la bebida alcohólica que se saca de la uva, sino también la mezcla de pulpa, piel y racimos que queda después de haber pisado la uva.
Entre todos los que estábamos ayudando allí, fuimos traspasando toda la chacha del satsnakheli a una de las ánforas que estaban enterradas en el suelo en la propia bodega. El entonces zumo de uva iba a otra ánfora diferente.
La forma tradicional de fabricar el vino en Georgia es dejarlo fermentar en ánforas de barro que están enterradas en el suelo. De las que había en la bodega que estábamos nosotros había varías de nada más y nada menos que 3000 litros de capacidad. Eran enormes, pero desde arriba solo se veía la pequeña apertura de unos 80cm de diámetro.


Después de unos meses esa acumulación de pulpa piel y racimos habrá fermentado y la sacarán de ahí para destilar el famoso chacha, líquido transparente de sabe dios que graduación.
El vino sin embargo se deja en las ánforas y se le añade un poco de la pulpa de la uva (sin la parte del racimo). Ahí se dejará fermentar durante unos meses. Hay que removerlo todos los días para que la chacha se mezcle bien con el jugo y fermente adecuadamente. El proceso requiere esfuerzo ya que para ello se usan unos palos de madera con un final horizontal y plano y la chacha que se acumula en la superficie es difícil de traspasar y remover adecuadamente.

El mismo proceso de rellenar el satsnakheli, pisar las uvas, pasar jugo y chacha a sus correspondientes ánforas se repetiría aquel día hasta bien entrada la noche. Entre todos nos fuimos turnando para pisar las uvas, rellenar ánforas con jugo y chacha.
Una vez acabado el trabajo todos nos juntamos al rededor de la mesa que había en el jardín. Bebimos, comimos y reímos hasta que las fuerzas nos dejaron después del largo día que habíamos tenido. Una tormenta comenzó en el momento que nos fuimos a dormir, como si hubiera estado ahí esperando a que acabara nuestro día.

He de confesar que el día entero fue mágico para mi. Desde los rayos de sol tiñendo de dorado las uvas en la mañana, al sudor que cayó por mi frente durante el día, del baile en el satsnakheli al ritmo de una cumbia inolvidable, al trabajo en equipo de unos casi desconocidos que la vida hizo que se encontraran allí.

Soy consciente de que casi la misma experiencia la podía haber tenido en España a pocos kilómetros de mi casa bien que la técnica hubiera sido diferente. Pero mi primera vendimia fue allí, en los viñedos de Artana, en la casa de Ketevan, para producir vino Gogo.

Hay momentos en la vida en los que te das cuenta con una claridad meridiana de que en lo sencillo radica la clave de la felicidad. En levantarse por la mañana con las primeras luces del día, ir al campo y trabajar duro, como nuestros abuelos o bisabuelos hacían, comer productos del campo, beber agua de un pozo y relajarse al ritmo de un ukelele por la noche.
Te das cuenta de que el mundo está lleno de gente maravillosa que la vida caprichosamente pone en tu camino en un momento determinado. Sabes que una parte de cada uno de ellos irá contigo siempre, y que igualmente una parte de ti se irá con ellos para siempre.
Otra parte, otro trocito de mi corazón, se quedará allí, en los aixos de los viñedos de Artana, en la casa de Ketevan, en aquel satsnakheli en el que bailé mi primera cumbia.
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Octubre 2018
Bueno..pues ya esta claro Para el animado vendimia , Relato muy interesante
Maria ,nose sabe ..cuando hara falta ..pero ya hay nociones clara de va la cosa ! y pasarlo Bien ,Aprender ,Disfrutar .A esperar la proxima historia esta Donde ! estara la Viajera
Un día te tienes que animar tu ha hacer vino que es muy divertido! A ver dónde será la próxima aventura!